—¿Cómo define la situación de Nicaragua?
—Es Corea del Norte. En Nicaragua básicamente no existe ningún tipo de libertad de ninguna índole. Se ha violentado el derecho a la libre prensa. No hay medios de comunicación independientes, todos están operando desde el exilio. No hay libertad de expresión. Si cualquier persona muestra una opinión, va presa, así sea el hermano de Daniel Ortega (Humberto Ortega), como pasó la semana pasada. No hay libertad de movilización. Cualquier agrupación de más de diez personas es disuelta, así sea para fines humanitarios o sociales. No hay libertad de asociación. Todos los derechos humanos han sido violentados. Hay asesinatos, acoso, confiscación, desapariciones forzadas, desaparición del debido proceso, encarcelamientos. Los juicios violan todos los procedimientos y, una vez preso, se violan también los derechos mínimos que cualquier prisionero -como lo fui yo- debería tener.
—Y hay exilios forzados.
—Y la desnacionalización. Es decir, el retiro de la nacionalidad bajo argumentos de traición a la patria, además de la confiscación de activos. De tal manera que queda muy poco de los derechos que deberían existir en una sociedad libre o democrática. Para ponerle un ejemplo, en mi caso, de los treinta derechos incluidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se han violentado veinte de ellos. Eso para que tenga una idea de lo que es la dictadura de Daniel Ortega y de su esposa, la vicepresidenta -o, mejor dicho, la vicedictadora- Rosario Murillo.
—-¿Hay cálculos de cuántos presos políticos hay en Nicaragua?
—Por supuesto. En primer lugar, todos los que hemos pasado por las cárceles desde el 2018, que fue cuando explotó la crisis sociopolítica, han sido unos 1.600 presos políticos. 1.200 en los primeros dos años. Logramos su liberación a través de una mesa de negociación en el 2019. Luego hay una camada grande de 222 (detenidos) donde estaba yo. Estuvimos casi dos años presos. Y después de nuestra excarcelación, destierro y desnacionalización, hubo otra redada de otros líderes, sobre todo en zonas rurales y aisladas del país, lo que da en estos momentos unos 130 presos políticos, aproximadamente.
—¿Y cuántos presos políticos han muerto en prisión?
—Ha muerto bajo custodia policial un ciudadano nicaragüense-norteamericano que se llamaba Eddie Montes, asesinado con una bala AK 47 en la parte baja de la ingle durante una protesta. Y también bajo custodia policial se encontraba el general en retiro Hugo Torres Jiménez, que murió en febrero del 2022 por deficiencias en la atención médica. En todas partes del mundo existe un mínimo de tratamiento. Hugo tenía 78 años, requería atención médica especializada, y no se sabe de qué murió. Simplemente la dictadura para evitar que se diera una investigación cremó el cadáver y le entregó las cenizas a la familia. De ese nivel de brutalidad estamos hablando. Y luego hay una serie de presos políticos que han fallecido posteriormente a su encarcelamiento, producto de secuelas psicológicas y físicas que sufrieron. Un compañero mío de celda, Michael Healy Lacayo, un prominente empresario agroindustrial y presidente de la principal cámara de negocios de Nicaragua, falleció hace unos cuatro meses producto de un infarto fulminante. Tenía 60 años. Obviamente fue secuela de la tortura psicológica, el aislamiento que sufrimos, la falta de comunicación.
—¿Cómo se produce el tránsito de Nicaragua hacia una dictadura de estilo norcoreano, tal como la ha descrito?
—Ortega tiene dos períodos de mandato de gobierno. Uno comienza el 19 de julio de 1979 y termina el 25 de abril de 1990. El segundo periodo es desde el 2007 hasta ahora. Ortega nunca fue un demócrata. Es actualmente uno de los dictadores de mayor edad en toda la camada de líderes que existen en América Latina. Y esto es tal vez como una reflexión para los hermanos peruanos: el autócrata nace autócrata, el demócrata se compromete con la idea democrática. Ortega, y a mí me lo ha dicho mucha gente, nunca creyó en las elecciones, nunca creyó en un proceso democrático. Siempre quiso el modelo de partido único que le inspiraba la experiencia de Fidel Castro, en Cuba.
—Revisando estadísticas encontré que ya son más de 3.600 ONG ilegalizadas en Nicaragua. ¿Por qué Ortega persigue a las ONG? ¿Para sofocar la disidencia?
—Le voy a responder no solamente como político sino también como director ejecutivo de una ONG que fue cancelada. Cuando explotó la crisis sociopolítica yo era el director de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social, principal centro de pensamiento económico de corte liberal que proponía políticas de mercado, de fomento de las inversiones. El trabajo de las ONG, aún en Gobiernos democráticos, no es bienvenido. A los Gobiernos no les gusta que las ONG los critiquen, que evalúen sus políticas, que propongan alternativas. Aun en un Estado democrático siempre hay confrontación de puntos de vista. Es parte de la democracia. Pero en un Gobierno autócrata, las ONG significan un poder que tienes que eliminar, porque lo que quiere es cooptar todos los espacios de poder. Generalmente la izquierda tiende a tener más ONG que la derecha y, curiosamente, esas ONG eran utilizadas por Ortega para atacar a los Gobiernos de centroderecha. Pero cuando llegó el juego cambió. Es decir, cuando estas ONG, por muy afines ideológicamente que sean, lo empiezan a criticar, las comienza a eliminar. Esto ocurre de manera masiva a partir del 2018. Simplemente se decide que todo tipo de ONG tiene que ser eliminada. Quedan muy pocas.
—¿Qué asociaciones han sido eliminadas?
—Las relacionadas con la Iglesia católica, como Cáritas. Se eliminó a los Boy Scouts, a la Cruz Roja. Se eliminó también a asociaciones de periodistas, de ganaderos y agricultores.
—Incluso leí que cerraron una que trabajaba con perros callejeros. ¿Es verdad?
—Exactamente. Es que el concepto es que no puede haber ninguna agrupación de personas que haga una labor social, económica, espiritual sin el control absoluto del Gobierno. Estas personas básicamente recogían animalitos de la calle, perros y gatos. En su mentalidad es una amenaza al poder, por muy absurdo que parezca lo que estamos hablando, Enrique. Pero es que estamos hablando de una dictadura totalmente enferma que ve sombras de competencia en todos lados. La Iglesia católica y las iglesias protestantes hacían un enorme trabajo de llegar donde el Estado no, pero el argumento es “si no llega el Estado, no va a llegar nadie”. Es muy importante decir que este no es un patrón que inventó Daniel Ortega. Esto ha ocurrido en Rusia, en Venezuela. Son leyes que establecen los Gobiernos autoritarios para cortar recursos, eliminar a las ONG. ¿Por qué? Porque entienden que compiten con el poder político.
—En el Perú se pretende aprobar una ley sobre las ONG con la excusa de fortalecerlas y supervisar mejor los fondos que reciben. Las ONG han advertido que podría ser peligroso para su funcionamiento. Una asociación civil, Transparencia, dedicada a ver temas relativos con la democracia, ha dicho que es un grave atentado contra la libertad de organizaciones civiles, empresariales y religiosas y que preocupa seriamente que se siga el modelo de control político de dictaduras como la de Venezuela, Nicaragua y Rusia. Es más, la embajada de Canadá pidió una reunión con la comisión del Congreso para hacerle saber sus observaciones. Usted vio cómo fue el proceso en su país. ¿Este tipo de proyectos debería ser motivo de alarma para los peruanos?
—Por supuesto que sí. El lenguaje siempre es el mismo: fortalecer las instituciones, la transparencia, evitar el lavado de dinero. Pero ahí te lo están diciendo, o sea te quieren tener agarrado para después acusarte. El mensaje es el mismo, el mecanismo es el mismo, el objetivo es el mismo y el resultado, lamentablemente, es el mismo. Porque al final del día a quien afectas es al beneficiario final de esta organización sin fines de lucro que trata de presentar alguna solución a un problema social, así sea una sociedad caritativa que da apoyo del exterior, o un centro de pensamiento que puede aportar con ideas sobre cómo construir una mejor sociedad. El mundo necesita de las ONG. Entonces si alguna ONG, por ejemplo, canadiense, se siente intimidada por lo que puede pasar en un país, pues se va a otro. Necesidades hay en todas partes del mundo.
“Lo que está tratando de hacer Ortega es establecer una dinastía”
—¿Qué sostiene a Ortega en estos momentos? ¿El poder militar?
—Efectivamente, el poder militar. El Ejército y la Policía. Se mantiene en el poder desde el 2006 con reelecciones inconstitucionales, pero se “voló las trancas”, como decimos en nicaragüense, y luego reformó la Constitución. La camarilla de los más leales está dentro de la jefatura del Ejército y la Policía. Es un número pequeño de altos oficiales que lo sostienen en el poder. Yo diría que, si hubiera una elección libre y transparente, Ortega no llegaría ni al 15% de la votación, que en sí es bastante para todo lo que ha hecho, porque también hay que reconocer que existe un hueso duro de gente radical y fanatizada que ve a Ortega como la única solución.
Poder. Según Chamorro, Daniel Ortega sueña con una dinastía. Foto: AFP
—¿Qué tendría que ocurrir para que haya un cambio político en Nicaragua?
—Un trabajo que nosotros como posición estamos haciendo –y vamos a seguirlo haciendo hasta que se está restablezca la democracia– es debilitar ese pilar de poder que hemos estado hablando: el militar, el poder de la fuerza. Ortega no es inmortal, tiene 78 años y la naturaleza hace también su trabajo. Los nicaragüenses han perdido esperanza en el país. Ese otro elemento: el 10% de la población, como mínimo, se ha ido en los últimos seis años hacia Estados Unidos, Costa Rica y España. Efectivamente, cuando ya se ha llegado a este nivel de control absolutista veo muy difícil que simplemente decida “bueno, ahora me retiro, voy a ir a mi casa a cuidar a mis nietos”. Estos dictadores no salen de esa de esa manera. Nosotros apostamos evidentemente a la vía cívica y pacífica, llevar a la justicia internacional a los perpetradores de todos estos crímenes de lesa humanidad, incluyendo los más de 350 asesinados que han ocurrido.
—El estilo de gobernar de Ortega se ha ido endureciendo con los años.
—Exactamente. Por eso cuando hablo de Corea del Norte no exagero, porque lo que Ortega está tratando de hacer es establecer una dinastía en la que el poder sea trasladado a su esposa cuando él desaparezca. Uno de sus hijos se está entrenando en cargos públicos. Las señales son inequívocas. Aquí estamos hablando de una dinastía que, curiosamente, surge de una lucha en contra de la dinastía de los Somoza. La historia a veces es circular.