El hambre se agravó en Lima Metropolitana, como reflejo del crecimiento de la pobreza urbana durante 2023, según el INEI.
El déficit calórico, que mide la insuficiencia de calorías adquiridas en un hogar para satisfacer los requerimientos nutricionales básicos, alcanzó al 43,5% de la población capitalina, y se alejó en poco más de 6 puntos porcentuales a la tasa nacional (36%), rural (33%) y del resto urbano (32%).
“Cuatro de cada 10 limeños pasan hambre. Es una situación más grave que la que ya vimos anteriormente”, comentó Javier Herrera, investigador del IRD, durante la presentación de los datos de pobreza realizado ayer —la cual se retrasó una semana tras el intento de censura de la PCM, reconocido por el jefe del INEI, Peter Abad—.
Herrera sostiene que, desde 2016, la ingesta de alimentos viene reduciéndose en las familias capitalinas al no poder atender sus necesidades mínimas. Por ejemplo, la demanda de leche se contrajo 2,2%; de verduras, 4,7% y de huevos, 3,2%. “Continúa la degradación. No se llena el estómago. Ahora los hogares tienen menos nutrientes para sobrevivir”, acotó.
Este escenario pone en jaque el desarrollo del país —añade Herrera—, ya que ante el avance de la anemia y desnutrición se hipoteca el futuro de los niños y sus desarrollos cognitivos.
Aquí, Jessica Huamán, decana del Colegio de Nutricionistas de Lima, advierte que la desnutrición crónica se elevó de 7,1% a 8,1% en niños menores de 5 años en las zonas urbanas; en tanto, la anemia infantil pasó de 39% a 40,2% en menores de 6 a 35 meses en dicha área.
Huamán recordó que, en líneas generales, la inseguridad alimentaria amenaza, con mayor énfasis, a 1,9 millones de peruanos sumidos en la pobreza extrema (5,7% de la población).
¿Los bonos ayudan?
La profesora e investigadora de la PUCP Norma Correa asegura que la situación de los hogares más pobres no mejorará con la entrega de un bono aislado, ya que se requiere “un soporte de protección social sostenido”.
Además, considera que no es una estrategia económicamente sostenible ni efectiva en términos de resultados, más allá de parecer “políticamente atractiva”; así, recomienda al Estado abandonar respuestas asistencialistas de corto plazo y mejor centrar sus esfuerzos en fortalecer programas que sí han estado dado buenos resultados. “Un bono o dos bonos no le cambian la vida a nadie. Se requiere que las personas más vulnerables reciban una atención sostenida”, dijo.
Correa enfatiza que la reducción sostenida de los índices de pobreza van de la mano con el crecimiento económico y un clima de inversiones ameno, ya que se traducen en generación de empleo y mayor espacio fiscal para programas de inversión social.
Más factores en contra de la nutrición
Huamán recalcó que el 73,7% de los peruanos no tiene agua potable gestionada de manera segura, y un 45,7%, emplea combustibles sólidos contaminantes para cocinar —en la mayoría de casos, leña—.
Ello refleja la precaria situación de los más necesitados y cómo se pone en riesgo su estado nutricional y de salud, ya que la falta de agua podría influir en el desarrollo de enfermedades diarreicas agudas y una eventual desnutrición del infante.
Asimismo, el 14,8% de los pobres extremos vive hacinado y solo el 33,5% accede a desagüe.