Andrés Oppenheimer: “El crecimiento económico es indispensable, pero no suficiente”


En los 90, Andrés Oppenheimer era un periodista que recorría América Latina para entender sus contradicciones. En La Habana descubrió que los huevos eran un bien escaso, tanto que estaban numerados en las cocinas de los hoteles. Y en la lejana Lima de 1992 se interesó por el boom de las cirugías plásticas a los ojos, con las que decenas de peruanos trataban de aparentar una identidad japonesa que solo existía en documentos falsificados y con la que pretendían migrar al Asia. Con el cambio de siglo, ya convertido en una figura de CNN, Oppenheimer cambió de intereses y de destinos. Lo atraían los países que asignaban un generoso porcentaje de su PBI a la educación, los que apostaban por exportar tecnología antes que materia prima. En su búsqueda pasó por Corea, Singapur, China, India, Japón. Hoy, una nueva interrogante lo inquieta. ¿Por qué los países que tuvieron un vigoroso crecimiento económico en la década pasada han sido escenario de masivas protestas? La respuesta a esa pregunta lo ha llevado a un nuevo viaje por los países que han puesto a la felicidad de sus ciudadanos como su norte y objetivo, y a publicar el libro: ¡Cómo salir del pozo! (Debate, 2023). Un nuevo Oppenheimer -que sigue confiando en las cifras del PBI, pero que ha incluido la palabra meditación en su vocabulario- pide la palabra.

¿Puede definir la felicidad? ¿Qué es la felicidad para usted?

-(Se ríe) La felicidad es un estado de ánimo más o menos permanente, a diferencia de la alegría que es un estado de ánimo temporal, que tiene mucho que ver con tener un propósito en la vida, una buena relación de pareja, tener una vida comunitaria, y ser optimista. Hay muchos elementos que hacen a la felicidad, pero la única forma de medirla es preguntándole a la gente si es feliz o no, como se hace en muchos países del mundo, porque de nada vale que un conjunto de expertos se junte y decida si tú eres feliz o no.

Y ahora, después de escribir este libro, después de hacer esta investigación sobre el estado de la felicidad en el mundo, ¿se siente más afortunado o más feliz?

-No sé si me siento más feliz, pero entiendo mejor las cosas que me pueden hacer más feliz. En otras palabras, aprendí algunas cosas que intuía pero que comprobé que eran reales. Por ejemplo, yo nunca fui un tipo de acumular cosas. Nunca fui un tipo de tener un auto caro, un auto pantallero diríamos en Argentina, o un reloj de oro, ni nada de eso. Y una cosa que aprendí, cuando estaba escribiendo este libro, sobre todo cuando fui a los países nórdicos, Finlandia, Dinamarca, donde está muy mal vista la ostentación, es que es mejor la riqueza de experiencias que la riqueza de cosas. “La riqueza de cosas dura tanto como el olor de auto nuevo”, me dijo un gurú finlandés. Y me pareció una metáfora excelente.

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La gran novedad del libro es que hoy mismo existe una ciencia de la felicidad, y que algunos gobiernos están enfocando sus esfuerzos no solo en el crecimiento económico, en las sagradas cifras del PBI, sino en la satisfacción total de sus ciudadanos.

-Bueno, yo diría que una cosa no quita la otra. Yo no creo en aquellos que dicen que no hay que darle importancia al crecimiento económico, porque si tú no creces como país no vas a reducir la pobreza y si no reduces la pobreza no vas a tener un pueblo feliz. Entonces, no me vengan con cuentos de autoayuda si la gente se está muriendo de hambre. Como tú dices, lo que yo cuento en el libro es que hay una nueva ciencia de la felicidad y que hay que aumentar el producto bruto y simultáneamente implementar políticas públicas que aumenten la felicidad. Es algo que los gobiernos en esta parte del mundo no hacen. Hay mucho que se puede hacer no solo para aumentar el nivel de vida, sino la felicidad de la gente. Uno de los ejemplos que yo uso es el de Reino Unido, que hace encuestas sobre felicidad. Le preguntan a la gente cuán satisfecha está con su vida en una escala del 1 al 10, y luego con eso hacen un mapa de la felicidad y descubren que hay focos de infelicidad en una cuadra, ponte de Lima, mandan una asistenta social y descubren que en ese lugar había una fábrica que cerró, los jóvenes se fueron y los ancianos se quedaron solos. Luego hacen política focalizada sobre esa cuadra con talleres literarios, grupos de baile, o lo que se les ocurra. Parece trivial, obvio, pero no lo hacemos.

Hay cursos de felicidad en Harvard y Yale. Hay una maestría en Harvard. Y pronto habrá un doctorado, ¿por qué de pronto este concepto importa tanto? Antes solo se le asociaba con libros de autoayuda.

-Porque en los países industrializados hay cada vez más suicidios, hay cada vez más depresión juvenil, mayor soledad entre los ancianos. Entonces, crece cada vez más una ciencia de la felicidad que dice que hay que buscar las causas de ese descontento y encontrarle soluciones. Las encuestas muestran, y arranco el libro con una cifra de Gallup, que el descontento crece año tras año en el mundo. Hay una ola de infelicidad en el mundo y los economistas, los psicólogos, los sociólogos están buscando formas de contrarrestar esa ola.

¿Los altos índices de infelicidad están vinculados de alguna manera al alto nivel de consumo?

-No sé. Pero lo que sí sé es que el consumo por sí solo no te garantiza la felicidad por lo que hablábamos antes: La felicidad que te da una cosa dura tanto como el olor de auto nuevo.

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Es muy breve.

-Yo creo que hay diferenciar entre las cosas y las necesidades cubiertas. Es imprescindible que tengas tus necesidades económicas cubiertas para ser feliz. Si no tienes para comer, no vas a ser feliz, por más meditación que hagas o verduritas que comas.

Un dato puntual del libro es que después de la pandemia empezó una epidemia de depresión en Estados Unidos, y en América Latina los suicidios son la tercera causa de muerte entre jóvenes, ¿por qué pasa eso?

-Yo creo que es una combinación del impacto negativo que tienen las redes sociales entre los niños. Las niñas adolescentes se sienten horribles cuando la compañerita del lado recibe 50 “me gusta” en su Instagram y ellas no reciben ninguno. Estar comparándose constantemente con los demás lleva a deprimirse a muchos de los que se quedan atrás. Todo eso contribuye a la depresión juvenil. Y entre los más adultos tienes el tema de la automatización del trabajo, que traté en mi libro anterior (Sálvese quien pueda, 2018). Los periodistas somos testigos de eso. Estamos perdiendo miles de trabajos por la automatización del empleo. Y después está el tema de la soledad, sobre todo en países industrializados. Tenemos más autos, más pantallas gigantes, telefonitos inteligentes…

Todo más grande, todo más brillante, pero…

-Pero el término medio de la gente es cada vez más infeliz.

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¿Es cierto que la soledad aumenta en 30% el peligro de muerte prematura?

-Bueno, hay muchos estudios, pero definitivamente la soledad aumenta la ansiedad. La ansiedad aumenta las enfermedades cardiovasculares y estas a su vez aumentan las muertes. La falta de vida afectiva afecta estos problemas. El pesimismo también. Hay cosas que podemos hacer a nivel nacional, a nivel de un empresario, a nivel personal y familiar. Nunca fui un gran lector de libros de autoayuda o hice meditación…

¿Y ahora sí la hace?

-No, pero es uno mis propósitos de fin de año.

Una tarea pendiente.

-En un mes viene de visita mi hermana, que es una experta en mindfulness y voy a pedirle que me dé clases gratis, cosa que viene ofreciéndome hace 30 años.

Ante el problema del aislamiento, ¿una de las soluciones será lo que han decidido Japón y Reino Unido, crear ministerios de la Soledad? 

-No sé si la solución en nuestros países sea crear nuevos ministerios, porque ya tenemos demasiados.

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El periodista viajó a diferentes ciudades del mundo. Foto: difusión

Vamos a crear la burocracia de la Soledad.

-Sí, y acuérdate que Venezuela creó el ministerio de la Suprema Felicidad y es uno de los países menos felices del mundo en los reportes mundiales de felicidad. Pero sí creo que podemos hacer otras cosas, como que los gobiernos empiecen a promover actividades que aumenten la condición de vida. Por ejemplo, en Dinamarca hay una ley por la que las escuelas y las instituciones públicas deben donar sus espacios, por horas, para grupos comunitarios. Es una cosa elemental. En los países que están ranqueados como los más felices del mundo, la gente tiene mucha actividad comunitaria. Nosotros, los latinoamericanos somos muy amigueros y muy familieros, los fines de semana nos vamos a comer con ellos. Ellos menos, pero tienen una vida comunitaria y están en contacto con extraños, de todos los estratos sociales.

Lo que han vencido es la desconfianza que tenemos entre unos y otros en América Latina.

-Sí, porque en América Latina estamos siempre aliándonos con nuestro círculo íntimo para protegernos del ogro del Estado que quiere hacernos un corralito o jodernos de una manera u otra.

Bután ha creado un índice que mide la felicidad de sus ciudadanos, lo que llaman el Producto Bruto de la Felicidad, y de hecho presumen de ser el país más feliz sobre la faz de la tierra. Sin embargo, también son el país más aislado del planeta, ¿cómo se explica esa contradicción?

-Yo fui a Bután, escribí un capítulo sobre ese país. Tiene una hermosura increíble, es súper interesante, me quedé fascinado con él, pero no recomendaría esa forma de medir la felicidad porque está hecha por el país. Imagínate que mañana le dan la potestad a la presidenta de Perú de decidir qué es la felicidad y cuán felices son ustedes. Es un sistema que se presta a muchas arbitrariedades. No es una experiencia a seguir, pero me parecen fascinantes algunas de las cosas que hacen, como enseñar a los niños a meditar en las escuelas. Ojalá yo hubiera aprendido de pequeño a meditar en la escuela. Cuidan la naturaleza como pocos países en el mundo. Como buenos budistas, no matan animales. Si encuentras un ratón en tu casa, debes agarrarlo por la cola y tirarlo al jardín.

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Pero sin embargo sus adultos jóvenes prefieren emigrar a Canadá o Australia.

-Sí, así lo cuento en el libro. Los jóvenes están emigrando porque el país no crece como debería, porque está encerrado. No hay la apertura económica que permite que el país crezca.

Allí viene la importancia de la economía.

-Claro. Por eso yo insisto siempre en que el crecimiento económico es indispensable, pero no suficiente. Tenemos que agregarle políticas públicas que aumenten la felicidad de la gente.

En su libro dice que se puede ejercitar el optimismo. ¿En realidad es posible? Suena a consejo esotérico, a cosa de Paulo Coelho.

-Sí (sonríe), pero es algo que escuché de todos los gurúes que entrevisté. Los economistas, los psicólogos, los sociólogos, y los filósofos dicen lo mismo. Hay una escuela que tiene como unos 30 años que se llama la Psicología Positiva, que dice que si piensas positivamente vas a tener más energía, más creatividad y vas a ser más productivo, en comparación a si eres pesimista. Y todos los gurúes te dicen que el optimismo no es necesariamente algo innato y recomiendan unos ejercicios. Como, por ejemplo, recordar tres cosas buenas que te pasaron durante el día. Eso te ejercita los músculos del optimismo.

¿Hay músculos del optimismo?

-Bueno, los que saben dicen que sí. Y yo les creo, porque hace sentido. Los seres humanos somos generalmente catastróficos. Venimos de la era de las cavernas, donde estábamos pendientes de que apareciera un león y nos comiera. Estamos pensando permanentemente lo peor. Para contrarrestar eso hay que pensar positivamente.

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¿Es mejor el optimismo, como motor de cambio de una sociedad, que la rabia o la indignación?

-Yo creo en el optimismo realista, no en el optimismo a ciegas. Es ridículo ser un optimista ingenuo, ver todo fenómeno cuando las cosas no están fenomenales.

¿Viven más los optimistas?

-Yo rescaté esa frase porque me parece fundamental. Según un estudio de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, hecho con 71,4000 personas, a lo largo de los años, los optimistas vivieron 6 años más que los pesimistas.

Los latinoamericanos aparecemos primeros en los rankings de la alegría pero no de la felicidad, ¿por qué?

-La alegría es un fenómeno muy diferente a la felicidad. La alegría es pasajera. Estás alegre cuando te tomas un vinito, cuando te tomas un helado de chocolate, cuando te encuentras con un amigo. Pero si después vuelves a casa y te mueres de frío porque no tienes calefacción ni nada para cenar esa noche, no vas a ser feliz. Por eso los suecos son más felices que los venezolanos. Vuelven a casa, tienen un seguro de salud, comen bien, tienen un estándar de vida más alto. Los rankings en los que sobresalen los latinoamericanos son aquellos en los que se les pregunta: ¿Cuántas veces ha sonreído en las últimas 24 horas? Allí salimos primeros. Nos reímos y divertimos más que los suecos o los finlandeses, que son más fríos, más aburridos si quieres. El problema con estos rankings es cuando haces la pregunta a la inversa y planteas: Cuántas veces te has sentido ansioso, preocupado…

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Con miedo…

-Con miedo, sí. Y en ese ranking también salimos primeros.

Usted dice: “Los latinos están obsesionados con la historia y los asiáticos con el futuro y el pragmatismo”, ¿la historia causa infelicidad?

-No, yo digo que los latinos estamos obsesionados con la historia y guiados por la ideología, mientras que los asiáticos están obsesionados con el futuro y guiados por el pragmatismo. Eso lo vi en China. Se supone que China es un país comunista. Sin embargo, lo que menos escuchas en China son las pavadas que dice la izquierda jurásica de nuestros países, sobre lucha de clases y todo eso. Son más capitalistas que nadie y están pensando constantemente en el futuro. No están hablando de los libertadores. La única foto que vi de Mao en China fue en la Plaza de Tiananmén. No vi otra más.

Recorrido. Para entender qué hacen los países para garantizar el bienestar de sus ciudadanos, Andrés Oppenheimer viajó a puntos distantes como Copenhague en Dinamarca y Timbu en Bután. Foto: difusión

¿Ah sí?

-Estuve tres veces en China. La única que vi fue esa, y me recorrí buena parte de China. Por allí debe haber alguna más. Mira, en Singapur los billetes de 2 dólares, los de mayor circulación, muestran una universidad, alumnos, y debajo la palabra educación. Están mirando para adelante, no tienen a los próceres de la independencia como en nuestros billetes. Mira, yo no creo que debamos ser una dictadura como China, pero sí creo que podemos aprender de su obsesión por el futuro.

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Ahora, los latinos también somos ridículamente nostálgicos. Hemos escrito canciones que dicen “El mundo fue y será una porquería” o “No vale la vida nada”.

-Sí, mucha gente tiene esta imagen de que somos los países más alegres del mundo. Pero si te fijas en nuestras canciones más emblemáticas, son para llorar. Los tangos argentinos son la cosa más deprimente que hay. Fíjate Cambalache: “El mundo fue y será una porquería. En el quinientos diez y en el dos mil también”. ¿Qué es más deprimente que eso? Los mexicanos cantan rancheras de lo más deprimentes, los brasileros dicen “Tristeza nao tem fim”. Perú no sé. Las canciones de Chabuca Granda tampoco eran muy alegres, ¿o me equivoco?

Eran graves. Tenemos otros artistas más nostálgicos

-Bueno, tenemos un pesimismo congénito contra el que tenemos que luchar. El pesimismo te lleva a la inercia y a la inactividad.

-Los extremos políticos que vemos en Latinoamérica: Milei, Bukele, Maduro, Ortega, ¿le van a traer más felicidad a la región?

-Bueno, yo creo que hay una correlación muy cercana entre la democracia y la felicidad. Si tú ves el ranking de los países más felices, todos son democráticos. Y todos los más infelices, los que están al fondo de esa lista de 140 países, son todos dictaduras, como Venezuela. Y también hay una relación estrecha entre la corrupción y la felicidad. Esta semana salió el nuevo ranking mundial de la corrupción de Transparencia Internacional. Ellos estudiaron 180 países. Los países menos corruptos del mundo son los mismos que los más felices: Finlandia, Dinamarca, Nueva Zelanda, Suecia, Suiza. Y los más corruptos son también los más infelices: Venezuela, Nicaragua, Somalia. Ahora, si Bukele termina como un dictador más, y está en camino de serlo, hay un serio riesgo de que lo que ha logrado, reducir la violencia, se revierta en contra de El Salvador y termine peor que antes.

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¿Es usted votante en Estados Unidos?

-Sí.

¿Son felices los electores en Estados Unidos?

-Yo creo que cada vez menos. Hay una polarización total en los Estados Unidos. Y este año yo creo que va a haber una gran abstención, porque hay una gran parte del electorado a la que no le gusta ninguno de los candidatos o que piensa que uno está loco y el otro está demasiado viejo. Y yo me temo que muchos no van a salir a votar.

Si uno llega al final del libro encuentra la fórmula de la felicidad: tener seguridad económica, hacer trabajo voluntario y buscar un bosque en el que se pueda tener sexo al aire libre. Suena fantástico pero inalcanzable.

-(Se ríe) Bueno, esa es una simplificación. Hay dos elementos que cito que son la democracia y la corrupción que hay que tomar en cuenta. Yo enumeré doce claves para la felicidad de acuerdo a lo que dijeron los gurúes que visité en todo el mundo. Y lo de hacer el amor es un poco un chiste, porque una de esas doce claves, de acuerdo a un estudio de Inglaterra, es tener acceso a los espacios verdes, y otra de las claves es tener una buena vida afectiva. Así que yo las mezclé y dije que había que hacer el amor bajo un árbol (se ríe).

Hay quienes ven con desconfianza el término felicidad. Van a pensar que Andrés Oppenheimer habla en términos esotéricos o de coaching.

-No, no. No me convertiré en un gurú ni me voy a poner una bata blanca, ni pulseritas de hilo o usaré sandalias. Solo me interesó muchísimo estudiar este tema porque todos mis años de periodista los he dedicado a estudiar qué hacen los países para hacer crecer su producto bruto. Pero me di cuenta que hay países que hacen crecer sus economías, como pasó en Chile y en Perú, y sin embargo la gente sale a la calle a protestar. Hay gente que no está contenta y eso me llevó a hurgar en el tema de la satisfacción de vida.



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